LA IMPORTANCIA DE LA COMPASIÓN
La compasión es fundamental en nuestra práctica. Si no nos
alienta el espíritu de compasión y de benevolencia hacia todos los seres,
nuestra práctica de meditación puede incluso ser peligrosa, pues puede reforzar
nuestro poder egótico y pervertir el sentido de la práctica. Por ejemplo, en
las artes marciales se quiere meditar para ser más fuerte, para estar más
concentrado y poder cortar en dos al adversario; es un ejemplo extremo, pero
hay gente que hace zazen por esta razón. A veces vemos gente que practica
zazen, incluso en nuestra sangha, a la que la práctica endurece. Por lo tanto
hay un error en algún sitio.
Por otra parte, algunos están totalmente de acuerdo en
abandonar sus apegos durante zazen, pero no están nada de acuerdo en hacerlo en
la vida cotidiana. Zazen se convierte en un paréntesis: «Vale, pero luego no.»
Para empezar me gustaría citar al maestro Nyojô, el maestro
de Dôgen, que habla de algunos adeptos del budismo que practican la meditación
sentada, zazen, pero cuya compasión es muy escasa: «No penetran el verdadero
carácter de todas las cosas con comprensión profunda. Solo pretenden perfeccionarse
ellos mismos y, así, quiebran el linaje de los budas. Por lo tanto, su zazen no
es el verdadero zazen de Buda.»
Insiste diciendo: «Lo que quiero decir es que los budas y
los patriarcas, desde sus primeras inspiraciones, se sientan en zazen con el
anhelo de reunir todas las cualidades del despertar e incluso del estado de
Buda, pero en su zazen no olvidan a los seres sensibles.» Lo que implica que
siempre tienen pensamientos de amor y de compasión hacia todos los seres.
Por practicar zazen no se es naturalmente compasivo. Para la
expresión de la compasión hay todo tipo de obstáculos, en nuestro karma, en
nuestra existencia. Pero, al menos, si hacemos voto de compasión y si
consideramos que es el criterio de la práctica justa, en ese momento uno puede
observarse a sí mismo y ver dónde están los obstáculos interiores para la
expresión de la compasión. Cuando se plantea un obstáculo y uno no se siente
muy compasivo, se puede uno preguntar por qué. Es como un koan, nos indica que
debemos observar lo que pasa.
Me gustaría hablar de los medios para estimular el espíritu
de compasión y benevolencia. Creo, fundamentalmente, que el ser humano es
compasivo y benevolente. Y no por ser un gran idealista, sino porque si no
existiera en el fondo de nosotros mismos empatía, capacidad de ponerse en el
lugar del otro y, por lo tanto, de evitar hacerle sufrir, la humanidad habría
desaparecido hace mucho tiempo. Si la humanidad se sigue desarrollando, a pesar
de los conflictos, guerras, masacres, es que en el fondo de los seres humanos
está esa capacidad de empatía. ¿Cómo desarrollarla hasta el punto de que cambie
esencialmente las relaciones humanas?
Si la naturaleza de buda en nosotros no nos inspira más,
creo que es porque sufrimos una equivocación, un error: nos identificamos con
una idea que nos hacemos de nosotros mismos que es errónea y a la que llamamos
yo. Nos identificamos con nuestro ego, con nuestra historia, con nuestra
preferencias y terminamos pensando «yo soy de esta o de aquella manera». Y uno
termina por creérselo, es decir que nos construimos una determinada identidad
personal y nos apegamos a ella. Incluso nos hacemos una especie de caparazón,
una armadura y consideramos que todo lo que puede amenazar la imagen que
tenemos de nosotros mismos es peligroso, es nuestro enemigo, que tenemos que
defendernos contra todo lo que amenace esa imagen y, a la inversa, se
desarrolla avidez hacia todo lo que nos permite reforzar la imagen que tenemos
de nosotros mismos; aumentar su poder, su prestigio, su importancia.
Por eso Dôgen y antes de él Nyojô, y después Keizan, hablan
de despojarse, de soltar la presa, de abandonar el apego al cuerpo y a la mente
durante zazen, es decir, el apego a una cierta representación que tenemos de
nuestro cuerpo y de nuestra mente, coloreada por nuestro karma, abandonar las
ideas que uno se hace de sí mismo.
Lo mejor es intentarlo. Por ejemplo, cuando estamos en un
grupo, si uno a menudo persiste en su posición, puede comprobar que los demás
se crispan y se vuelven agresivos. Se entra en una especie de competencia. Las
coagulaciones mentales de unos y otros se endurecen y se enfrentan. Pero si
alguien da media vuelta y abandona su posición, de golpe los demás sorprendidos
piensan: «Es cierto, ¿Por qué no soltar?» Confío en los beneficios de atreverse
a soltar. No solo en zazen, sino también en la vida cotidiana. Para ello se ha
de comprender que ese soltar no es un perjuicio ni un sacrificio.
Conviene ahora precisar que en la enseñanza del Buda se
habla a menudo de abandonar los deseos, pero el deseo es la vida, sin deseo no
estaríamos aquí.
Hay que entenderlo. Cuando, por ejemplo, el maestro Nyojô
habla de abandonar los cinco deseos y los cinco obstáculos, se trata de
abandonar los obstáculos de la meditación. Por ejemplo, si durante zazen surge
la obsesión sexual, circulan por la mente imágenes, fantasías y estamos
esperando con impaciencia el final de zazen para acercarnos a la persona
deseada, esto hace muy difícil la práctica, es un verdadero obstáculo. Lo mismo
ocurre si durante zazen sentimos cólera, por ejemplo, porque alguien nos ha
criticado o herido de una u otra manera y estamos resentidos, estamos de muy
mal humor, pensamos en cómo vengarnos. Está claro que todo esto es un verdadero
veneno que nos emponzoña durante la práctica. Se puede comprobar fácilmente.
Por eso se habla de obstáculo. Lo mismo ocurre con la somnolencia, con la
agitación, con el remordimiento. Está claro que estos cinco obstáculos son
verdaderos obstáculos para la práctica de la meditación y por ello se recomiendo
abandonarlos.
Pero, al mismo tiempo, si uno lo piensa, se da cuenta de que
también son obstáculos para la compasión y la benevolencia. Por ejemplo, si uno
está obsesionado con el sexo, el otro se convierte en un objeto de
satisfacción. Lo mismo ocurre con los otros obstáculos: la cólera evidentemente
se opone a la compasión, además uno de los remedios para la cólera es, en el
momento en que montamos en cólera, hacer que surja en nosotros el espíritu de
empatía. Sentimos cólera contra alguien y nos mantenemos en nuestra posición,
lo que el otro ha hecho es inaceptable para nosotros. Pero si nos ponemos en su
lugar, quizá la cólera se atenúe. En ese momento, si la cólera disminuye, si,
por empatía, hemos podido comprender lo que ha enfadado al otro, podríamos
encontrar la herramienta para resolver la situación. La cólera puede estar
totalmente justificada por una injusticia o por un error cometido por el otro.
Pero cuando se está dominado por la cólera no se puede resolver la situación.
En la vida cotidiana las cosas son distintas a como son en
zazen. Las recomendaciones del Buda, de Nyojô, a los monjes se dirigían a seres
que habían hecho voto de abandonarlo todo para ir a vivir en un monasterio y,
por lo tanto, de abandonar, por ejemplo, las relaciones sexuales. Pero en el
budismo zen desde hace un siglo la cuestión es algo diferente. Se trata de cómo
vivir nuestros deseos de manera que no provoquen sufrimiento a nuestro
alrededor. El sentido de nuestra práctica en la vida cotidiana es abandonar el
carácter negativo de nuestros deseos, lo que es egoísta y conduce al
sufrimiento. Y, al contrario, actuar de manera que nuestros deseos contribuyan
a bodai shin, el espíritu del despertar.
Esto exige, evidentemente, mucha sabiduría y conocerse uno
mismo suficientemente para que se desarrolle la empatía para con los demás.
Pues, un aspecto fundamental de la compasión es tratar al otro como querríamos
que nos trataran a nosotros mismos. Lo que exige que se desarrolle nuestra
sensibilidad para saber cómo queremos que nos traten. Se trata, también, de ser
capaz de ir y volver de forma fluida entre la propia posición y la del otro.
Creo que zazen, con la práctica de dejar pasar, aligera nuestra mente y la hace
apta para pasar de la propia posición a la del otro.
Si estás en un bar hablando con alguien y lo que te cuenta
te parece raro o no estás de acuerdo, si te planteas: «Abandono mi punto de
vista, intento ponerme en su lugar», en ese momento el bar se convierte en un
buen lugar de práctica en el que uno se encuentra libremente con las demás, sin
formalismos, sin roles, sin posición propia. Te encuentras en una posición
semejante a la del otro y puedes intentar practicar el intercambio.
Creo que al otro no se le puede entender solo
intelectualmente. Creo que lo que define la relación humana, sobre todo cuando
se ha hecho voto de ayudar a los seres, es la capacidad de ponerse de verdad en
el lugar del otro. Lo que no quiere decir, quedarse en el lugar del otro. Se
trata de lo que llamo ida y vuelta: uno se pone en el lugar del otro y vuelve a
la propia posición. Pero en el momento en que te has puesto en el lugar del
otro, has podido sentir algo que te guiará para ir en su ayuda. Mientras que si
consideras al otro como un objeto de observación, nunca surgirá en ti la actitud,
de verdad, de ayuda.
Estoy convencido de que hemos perdido el potencial de muchas
de nuestra cualidades humanas, a causa, precisamente, del miedo que hemos
desarrollado. Nos construimos con un sistema de defensa contra lo que nos ha
herido en la vida. Cada vez que sentimos una herida, añadimos una capa de
protección y, al cabo de un momento, uno está totalmente blindado. Quizá no
siempre, pero la tendencia es que, con la edad, con las malas experiencias
vividas, tendemos a endurecernos y de golpe perdemos la capacidad de empatía,
de benevolencia, de compasión porque cada vez estamos más a la defensiva.
Por ejemplo, conozco a un niño que me vio por primera vez
cuando tenía tres años. Su madre lo llevó a una sesshin. No me conocía y me
regaló algo que él apreciaba mucho. Me lo dio antes incluso de saludarme. Luego
fue a la escuela, ahora tiene 8 años y se ha vuelto muy tacaño. Tiene una hucha
y se nota que está apegado a su dinero. A los tres años no se lo pensaba, era
natural.
Practicar las paramita del bodhisattva es recuperar el
espíritu puro que tuvimos y que se corrompió, sobre todo por nuestras malas experiencias.
Esas malas experiencias están en relación con el hecho de que todo el mundo en
la sociedad se queda en su ego. Si nadie quiere empezar a soltar, todo es
confrontación. Por ejemplo, ese niño, probablemente fue a la escuela, se topó
con otros que fueron duros con él, que le explotaron o robaron y pensó: «Me
tengo que defender, lo mío es mío.» Y su madre sin duda le dijo: «No dejes que
se aprovechen de ti, das todos tus juguetes a los demás… te los tienes que
quedar.» Así suceden las cosas.
Creo que el bodhisattva que intentamos ser debe tener
profunda confianza en la naturaleza de buda de cada cual y arriesgarse a vivir
en armonía con ella. Incluso a riesgo de que a veces le hieran. Aunque si uno
se da cuenta de que una misma persona con verdadero mal espíritu, le hiere, en
ese momento hay que actuar de manera sabia. No obstante, creo que se ha de
apostar por el amor y por la compasión. Más vale hacerlo porque lo contrario es
mucho peor. Aunque ello implica vencer el miedo del ego a ser herido. Es
interesante observar nuestro miedo a perder, a no tener bastante, a que nos
falte. No solo mientras que estamos en el zafu, sino en todos los momentos de
la vida cotidiana, y trabajar para transformarlo.
Comentarios
ecos
de
la
tarde
callada
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
COMPARTIENDO ILUSION
DOJO ZEN BILBAO
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE EXCALIBUR, DJANGO, MASTER AND COMMANDER, LEYENDAS DE PASIÓN, BAILANDO CON LOBOS, THE ARTIST, TITANIC…
José
Ramón...